Pero, a pesar del celo y del esmero con
que se organizó la salida de los moriscos de España, muchos
permanecieron en ella después de estas fechas: unos acogidos a las
disposiciones eximentes, bien por entrar en religión acogidos a los
conventos, o por matrimonio con cristianos viejos: muchos
escaparon a la expulsión buscando una vida nómada, fuera de sus
pueblos de origen, para no ser conocidos, ejerciendo como vendedores,
artesanos ambulantes, arrieros o recaderos, manteniendo sus
costumbres como criptomoriscos, durante generaciones."
"Salieron
pues los desventurados moriscos por sus días señalados por los
ministros reales, en orden de processión desornada, mezclados los de
pie con los de a caballo, yendo unos entre otros, reventando de
dolor, y de lágrimas, llevando grande estruendo y confusa
vózería, cargados de sus hijos y mugeres, y de sus enfermos, y de
sus viejos y niños, llenos de polvo, sudando, y carleando, los unos
en carros apretados allí con sus personas, alhajas y baratijas:
otros en cavalgaduras con estrañas invenciones y posturas
rústicas.... cada qual con lo que tenía. Unos yban a pie, rotos,
mal vestidos, calvados con una esparteña y un çapato, otros con sus
capas al. cuello, y otros con diversos envoltorios y líos...".
"Entre los sobredichos de los carros
y cavalgaduras (todo alquilado...).. yban de quando en quando (de
algunos moros ricos) muchas mugeres hechas unas debanaderas, con
diversas patenillas de plata en los pechos, colgadas de los
cuellos..., y con mil gayterfas, y colores, en sus trages y ropas,
con que disimulavan algo el dolor del coraçón. Los otros que eran
más sicomparación, yban a pie, cansados, doloridos, perdidos,
fartigados, tristes, confusos, corridos, rabiosos, corrompidos, enoj
ados, aburridos, sedientos, y hambrientos: tanto, que
por justocastigo del cielo no se veyan hartos ni satisfechos, ni
les bastava el pan de los lugares, ni la agua de las fuentes, con ser
tierra tan abundante, y con dalles el pan sin límite con su
dinero."
Cuatro
siglos del destierro de los moriscos de Málaga
En Málaga
eran mayoría en los pueblos de la Axarquía, donde reinventaron la
agricultura de la comarca
Era
invierno. Probablemente el sol, todavía sin fuerzas, se desperezaba.
El Puerto hervía de fardos y de rostros. Granadinos, jiennenses,
almerienses, todos con poco ánimo para el turismo. Felipe III les
había quitado las ganas. En lugar de postales, portaban cajas de
esparto. Los niños no querían jugar, se ocultaban en los vestidos
de las madres. No regresaban, sino iban. Enero de 1610. Temprano. Los
moriscos se quedaban definitivamente sin tierra.
Las raíces
las tenían en África, pero eran andaluces de solera. Su nombre
funciona todavía como segundo gentilicio de pueblos como Sayalonga.
No se fueron por diferencias con los cristianos viejos, ni por el
problema de las lindes. La campaña contra los otomanos fue
sangrienta, se necesitaban nuevos titulares. En el contexto de la
época, el destierro prestigiaba.
Juan Jesús
Bravo Caro, director del departamento de Historia Moderna de la
Universidad de Málaga, recuerda que la situación del colectivo en
la provincia era muy diferente a la del resto de España. La mayoría
procedía del Reino de Granada, habían rebajado drásticamente su
número a partir de 1560. De las 300.000 personas expulsadas hace
justamente cinco siglos, sólo 12.000 eran malagueños. La
originalidad fue marcada con sangre. A los avatares de la conquista,
más larga y afilada en estos pagos, se suma la represión de
rebeliones como la de la Alpujarra y algunas secuelas de La Axarquía.
Es el caso de Alozaina, donde las revueltas culminaron en el
nacimiento de una leyenda, la de María Sagredo, una joven que
repelió el ataque con colmenas de abejas, lo que le valió
convertirse en una de las primeras mujeres con graduación militar,
Alférez de los Tercios.
A pesar de
las crónicas de héroes y espadas, la convivencia entre moriscos y
cristianos viejos no estaba salpicada por la enemistad militante.
Bravo Caro cuenta que había sectores que exigían mano dura, pero
que, en general, el resentimiento es una ficción contemporánea. Su
conversión, espoleada por un ultimátum, databa de hace casi un
siglo. Incluso, se daban los matrimonios mixtos. "Las razones de
la expulsión fueron tres, en orden ascendente de importancia.
Primero, la desconfianza, segundo, la intención de quedarse con sus
tierras y, por último, la batalla contra los otomanos en el
Mediterráneo, que necesitaba un golpe de efecto".
Los
moriscos no eran en Málaga los reyes del mambo. Los que piensen que
se paseaban con barbas monumentales, arrojando limosna a los
cristianos, están profundamente equivocados. Eran humildes y
trabajadores. Felipe II había ordenado que se mezclaran con el resto
de la población, pero en la provincia, una vez más, las cosas eran
distintas. Las revueltas dejaron la capital huérfana de conversos.
En La Axarquía, por el contrario, representaban la mayoría. Muchos
pueblos no tenían ni un solo habitante de los denominados antiguos
cristianos.
El
colectivo se hizo de la comarca. Su actividad la agricultura, de la
que son los principales valedores. Las técnicas moriscas
revolucionaron la tierra. A ellos se le atribuyen algunos de los
cultivos más afamados de Málaga. La caña de azúcar, la festejada
pasa, que preparaban con nuevos procedimientos de secado. El
desarrollo agrícola fue tan vasto que después de la expulsión, los
nuevos pobladores no sabían cómo alimentar el campo. "Su
habilidad era muy apreciada, exportaban, incluso, muchos productos a
los países nórdicos", dice Bravo Caro.
Los
malagueños de origen morisco eran apreciados por su capacidad de
trabajo. El esfuerzo, el invento de productos llamados a demudarse en
el símbolo de Málaga, no les valió de eximente. El traslado no fue
un cambio de tierras, sino el principio del infierno. En África les
consideraban cristianos y traidores, quemaban sus asentamientos,
violaban a sus mujeres. Cervantes, familiarizado con el colectivo en
el cautiverio de Argel, resume su dolor, del que se cumplen
cuatrocientos años: "Doquiera que estamos lloramos por España,
que, en fin, nacemos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna
parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en
Berbería y en todas partes de Africa donde esperamos ser recibidos,
acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan
(...)".
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