Estado
de los conocimientos místicos en Al-Andalus
No vayas a
creer que la filosofía que ha llegado hasta nosotros en los libros
de Aristóteles y de Abu Nasr [al-Farabi] y en el libro al-Safa [de
Avicena] bastan para lograr lo que tú quieres, ni pienses tampoco
que ningún andalusí haya escrito acerca de esto nada que sea
suficiente. Porque todos los hombres de espíritu elevado que han
vivido en al-Andalus, antes de que se divulgase en este país la
ciencia de la lógica y de la filosofía, consagraron su vida
únicamente a las ciencias matemáticas, alcanzando en ellas un alto
grado, y no pudieron estudiar lo demás. Después, sucedió a éstos
otra generación que profundizó más que ellos en el conocimiento de
la lógica. Éstos sí que especularon ya en esta ciencia, pero ella
no les condujo a la verdad perfecta. Hubo entre ellos uno que dijo:
Estoy muy
afligido porque las ciencias de los hombres son dos y nada más que
dos:
Una, verdadera, cuya adquisición es difícil; y otra, fácil de adquirir, pero inútil.
Una, verdadera, cuya adquisición es difícil; y otra, fácil de adquirir, pero inútil.
Ibn
Tufayl o Abentofail (Abubacer) nació en Uadi-Ash
actualmente Guadix provincia de Granada, en 1105, y murió en 1185-6,
en Marraquex, si
bien según otros autores nació en Purchena o quizá
en Tíjola, en la actual provincia de Almería). Ibn
Tufail, cuyo nombre completo es Abu Bakr Muhammad ibn Abd al-Malik
ibn Muhammad ibn Tufail al-Qaisi al-Andalusi (بكر
محمد بن عبد الملك بن محمد بن طفيل القيسي
الأندلسي )
fue médico
filósofo, matemático y poeta y
versado en la filosofía neoplatónica.
Abentofail
o Tofail (Abubacer para los latinos; Ibn Tufayl o Ibn Tufail para
quienes huyen de la forma españolizada, buscando falsa fidelidad
purista que, de cualquier modo, reniega del alifato) ejerció la
medicina en Granada, ciudad en la que vivió entre 1130 y 1146, como
secretario y médico del gobernador de la ciudad. Su fama como médico
le llevó al servicio del hijo del sultán almohade Abd al Mumin,
gobernador de Ceuta y Tánger, entre 1147 y 1163. Más tarde fue
médico de cámara y visir del sultán Abu Yusuf, sucesor de Abd al
Mumin en 1163, y en 1169 tenía Abentofail tal influencia en la corte
que pudo presentar a Averroes al sultán. En 1182 renunció
Abentofail a su cargo de médico de cámara del sultán en favor de
Averroes, continuando como visir hasta su muerte. Falleció en 1185 y
a sus funerales asistió en persona el sultán. La obra de Abentofail
se mantuvo también ignorada en España durante siglos.
Su Epístola
de Hayy ibn Yaqzân fue traducida al hebreo y le dio fama
universal como filósofo. En el
núcleo de sus ideas filosóficas se encuentra el problema de la
unión del entendimiento humano con Dios. Vivió durante el
periodo de tolerancia filosófica y libertad cultural que disfrutaron
los reinos de taifas antes del predominio fundamentalista islámico.
Influido por el también médico y filósofo zaragozano Avempace
(1070-1138), en particular por su Régimen del solitario, así
como por las doctrinas del éxtasis intelectual sostenidas por
Avicena y el sufismo de Algacel, conservamos de él sólo una obra,
que ejerció notable influencia en Europa tras su traducción latina
de 1671 La versión
latina, Philosophus
autodidactus apareció en
1671. Su argumento trata de una especie de Robinson, que,
amamantado por una gacela en una isla desierta, aprende lo que
la razón humana permite conocer. Aleccionado por un ermitaño,
fracasará a la hora de adaptar sus enseñanzas a la sociedad. Ibn
Tufayl fue protector de Averroes. Su obra se ha asociado con la
ficción de la primera parte de El Criticón de Baltasar
Gracián. Parece que ambas se inspiran en un cuento popular
hispanoárabe que hizo de antepasado común.
De sus
actividades como filósofo, matemático y médico han quedado muy
pocas obras y, desgraciadamente, ninguna como astrónomo; sólo
sabemos por sus discípulos que tenía teorías originales sobre el
movimiento de los astros: “Has de saber, dice Alpetragio, que el
ilustre cadí Abentofail nos dice que ha encontrado un sistema
astronómico y unos principios científicos para demostrar los
movimientos de los astros distintos de los principios propuestos por
Ptolomeo, sin admitir excéntricas ni epiciclos; con este sistema
todo se ve confirmado y nada resulta falso”.
Fue
Marcelino Menéndez Pelayo quién pudo comenzar a ofrecer en
España los primeros comentarios un poco consistentes sobre
Abentofail:
En 1881,
en su discurso de ingreso en la Real Academia Española, dedicado
a La poesía mística en España, puede leerse:
«La
filosofía alejandrina hizo místicos a los judíos, y algunos
chispazos de este misticismo llegaron a los árabes, con ser la más
refractaria de todas las razas a la especulación intelectual y a la
meditación de las cosas divinas. Ni un solo verso místico conozco
en todo lo que anda traducido de sus poetas. El único que lo fué de
veras, aunque escribiendo en prosa, es el insigne filósofo,
astrónomo y médico guadijeño, Abubeker-ben-Tofail (siglo XII),
autor de la novela filosófica que Pococke llamó El
autodidacto, obra de las más extrañas de la Edad Media. Si a
la grandeza de la invención y del pensamiento correspondiesen el
desarrollo y el estilo, que desdichadamente, y para el gusto de
lectores modernos y occidentales, no corresponden, pocos libros
habría en el mundo tan maravillosos como este Robinsón filosófico,
en que el protagonista Hai, nacido en una isla desierta y
amamantado por una gacela, crecido y formado sin trato ni
comunicación con racionales, va elaborando por sí mismo sus ideas,
procediendo de lo particular a lo general, de lo concreto a lo
abstracto, del accidente a la sustancia, hasta llegar a la unidad y
abismarse en ella, y sacar por fruto de todas sus meditaciones el
éxtasis de los sofíes de Persia y el Nirvana budhista. El autor,
que pertenecía a la secta llamada de los
contempladores, escribió su libro para resolver el problema de
la unión del entendimiento agente con el hombre; pero, a semejanza
de su maestro Avempace, en la epístola del Régimen del
solitario, llega a la conclusión mística por vía especulativa
(...)»
Historia
de Hayy Ibn Yaqzan
Posibilidad
de que haya una región en el mundo, en la cual el hombre nazca por
generación espontánea
Opinión
de los que creen a Hayy hijo de una princesa, que para evitar el
deshonor se ve obligada a abandonarlo, arrojándolo al mar
Dicen que
enfrente de esta isla en la que Hayy vivió, había otra, más
grande, de playas extensas, de muchas riquezas y muy populosa, en la
cual reinaba un hombre de carácter altanero y orgulloso. Este rey
tenía una hermana, a quien impedía contraer matrimonio. Rechazaba
todos los pretendientes, por no encontrar ninguno que le pareciera
digno de ella. La joven tenía un vecino, llamado Yaqzan, con quien
casó secretamente, según uso permitido por la religión dominante
entonces en aquel país. Ella concibió de él y parió un niño. Y
temiendo que se descubriese su deshonor y se revelase su secreto,
colocó al niño (después de haberle dado el pecho) en una caja,
cuya cerradura aseguró; salió con su preciosa carga al principio de
la noche, acompañada de sus esclavas y personas de confianza, hacia
la orilla del mar, llevando su corazón abrasado de amor hacia el
niño y lleno de temor por su causa. Luego, se despidió de él
diciendo: «¡Oh, Dios! Tú eres quien ha creado este niño, que no
era nada ; Tú lo has alimentado en lo profundo de mis entrañas y Tú
te has cuidado de él hasta que ha estado acabado y perfecto.
Temerosa de este rey violento, orgulloso y terco, yo lo confío a tu
bondad, y espero que le concederás tu favor. Está a su lado y no lo
abandones, ¡oh, el más piadoso de los piadosos!». Después arrojó
la caja al agua. Una ola impetuosa la arrastró y la llevó, durante
la noche, a la playa de la vecina isla, anteriormente citada.
Hayy,
salvado en tierra, es recogido por una gacela
La marea
llegaba en aquel entonces a un lugar al que no podía alcanzar hasta
pasado un año. La ola llevó la caja a un bosquecillo de espesa
maleza, de suelo agradable, resguardado contra los vientos y la
lluvia, a cubierto del sol, cuyos rayos «no podían penetrar allí,
mientras que subía ni mientras que bajaba». Después la marea
empezó a bajar, y la caja quedó en aquel sitio. Las arenas
subieron, hasta el punto de impedir la entrada de agua al bosquecillo
y de no permitir que las olas llegaran hasta él.
Cuando el
movimiento del agua arrojó la caja a este lugar, se habían roto sus
cerraduras y desunido las tablas. El niño, atormentado por el
hambre, [70] comenzó a llorar, a sollozar y a intentar moverse. Su
llanto llegó a oídos de una gacela, que había perdido su cría. El
animal siguió la voz creyendo que era la de su cachorro, y llegó
hasta la caja. Intentó abrirla con sus pezuñas, a la vez que el
niño, desde dentro, empujaba al moverse, hasta que saltó una tabla
de la caja. La gacela tuvo compasión del niño, sintió cariño
hacia él y le presentó sus pezones, dándole de mamar toda la leche
que él quiso. Después no dejó de visitarle, y le crió apartándole
de todos los peligros.
Tales
son los principios de la historia de Hayy, según los que niegan el
nacimiento sin padre ni madre. Después contaremos nosotros cómo se
crió y los progresos que tuvo hasta alcanzar la más alta
perfección.
Explicación
que dan los partidarios del nacimiento de Hayy por generación
espontánea
Los que
opinan que nació sin padre ni madre, dicen: Que en el centro de esta
isla existía una arcilla o tierra que había fermentado en el
transcurso de los años, de manera que el calor y el frío, la
humedad y la sequedad se habían mezclado en ellas por partes iguales
y con perfecto equilibrio de fuerzas. Era la fermentada una cantidad
muy grande, y parte de ella superaba a la otra por la exactitud de la
composición y por la disposición para formar los humores seminales.
La parte central de aquella tierra era la más proporcionada y la que
tenía un parecido más perfecto con el compuesto humano; al
agitarse, produjo, por causa de su viscosidad, unas burbujas, como
las del agua que hierve. En el centro de ella apareció una burbuja
pequeñísima, dividida en dos partes por una finísima membrana, y
llena de un cuerpo sutil, aéreo, constituido exactamente según las
convenientes proporciones. Entonces se unió a este cuerpo el
espíritu que emana de Dios, con una unión tan perfecta, que ni los
sentidos ni la razón pueden concebir que se separe.
Hayy es
criado por la gacela y vive los primeros años entre estos animales
Desde aquí
coinciden los partidarios de la segunda versión con los de la
primera, respecto al crecimiento del niño. Dicen, de común acuerdo,
que la gacela que lo había recogido, encontró pastos abundantes y
fuertes y engordó; tuvo mucha leche, hasta el extremo de criarlo de
la mejor manera posible. Estaba con él, sin apartarse de su lado más
que cuando le obligaba la necesidad de ir a pacer. El niño se
acostumbró de tal modo a la gacela, que, cuando se retardaba, con su
llanto la hacía volver apresuradamente a su lado.
Creció el
niño, en esta isla, libre de animales dañinos, criándose con la
leche de la gacela, hasta alcanzar los dos años de edad. Aprendió a
andar y echó los dientes. El niño la seguía, y ella era buena y
complaciente con él. Lo llevaba a los sitios en que había árboles
frutales, y le daba a comer los frutos que se caían del árbol,
dulces y maduros; si tenían cáscara dura, los partía con sus
muelas; cuando él volvía a las ubres, lo amamantaba; cuando quería
agua, lo llevaba a abrevar; si el sol le molestaba, lo ponía a la
sombra; si tenía frío, lo calentaba; y al llegar la noche,
conducíale a su primera guarida y lo cubría con su mismo cuerpo y
con plumas que quedaban allí, resto de las que había en la caja en
que lo arrojaron al mar. Un rebaño de gacelas tenía costumbre de
acompañarles al pasto por la mañana y por la tarde, y de pasar la
noche en el mismo lugar que ellos. El niño siguió viviendo con las
gacelas en la forma dicha; imitaba los gritos de ellas con su voz,
hasta el punto de no hallarse diferencia entre ambos, y del mismo
modo reproducía, con gran exactitud, todos los cantos de pájaros o
gritos de otras especies de animales que oía. Pero lo que mejor
imitaba eran los gritos que daban las gacelas en demanda de socorro,
para comunicarse, para pedir algo o para rechazarlo; porque los
animales en cada uno de estos distintos estados, dan un grito
diferente. Ellos y Hayy se conocían mutuamente, y no se repelían ni
se trataban como extraños. [78] Cuando se habían fijado en el
espíritu del niño las representaciones de las cosas, una vez
desaparecida su percepción actual, nacía en él o el deseo hacia
algunas de ellas, o la aversión respecto de otras.
Observa
Hayy las diferencias que tiene respecto de los demás animales,
viéndose inferior a ellos
A la vez
que todo esto, él miraba a los demás animales y los veía
revestidos de pelo, de lana o de pluma; observaba su rapidez para la
carrera, su fuerza y las armas de que estaban dotados para rechazar
al que los persiguiese, como, por ejemplo, los cuernos, los
colmillos, los cascos, los espolones, las garras. Luego,
contemplándose a sí mismo, veía su desnudez, su falta de armas, su
lentitud para la carrera, su poca fuerza respecto de los animales que
le disputaban los frutos, que se los apropiaban en contra de su
voluntad y le vencían en la lucha, sin que pudiese repelerlos ni
escapar de ninguno de ellos. Veía también que a sus compañeros,
los hijos de las gacelas, les salían cuernos que primeramente no
tenían; que se volvían fuertes en la carrera, cuando antes eran
débiles. Y en sí mismo no veía nada de esto; reflexionaba acerca
de ello y no encontraba la causa. Y al no hallar en sí mismo ningún
parecido con los animales, los juzgaba [79] deformes o enfermos. Se
puso a observar los esfínteres en los otros animales, y vio que
estaban resguardados: el anal por las colas; el urinario por pelos o
cosa parecida, además de que sus uretras estaban más ocultas que la
de él. Estas observaciones le afligían y atormentaban.
A los siete
años de edad, Hayy se viste con hojas de los árboles y emplea varas
como armas en su lucha con los animales
Como su
tristeza por tal causa se prolongase mucho tiempo y, llegando a tener
cerca de siete años, desesperase de alcanzar aquellas cosas cuya
falta le producía dolor, cogió hojas grandes de árboles, y unas se
las puso por detrás y otras por delante, e hizo con hojas de palmera
y de esparto un cinturón que rodeó a su cuerpo, con el cual sujetó
las hojas. Pero éstas tardaron poco tiempo en marchitarse, secarse y
caer. Siguió cogiendo otras y las colocaba en capas superpuestas;
quizá duraban algo más, pero siempre poquísimo tiempo. Tomó ramas
de árboles como lanzones, las igualó en sus extremos, las unió por
las puntas y las empleaba contra los animales con quienes peleaba,
atacando a los más débiles y resistiendo a los más fuertes.
Entonces concibió cierta idea de su poder y [80] vio que su mano
tenía una gran superioridad sobre las garras de los animales, puesto
que con ella le era posible cubrir sus vergüenzas y coger bastones
con los que se defendía de los seres que le rodeaban, lo cual le
permitía pasarse sin cola y sin armas naturales.
Se viste
con las plumas y la piel de un águila muerta
Durante
este intervalo creció y sobrepasó los siete años de edad. Siguió
teniendo el cuidado de renovar las hojas con que se cubría. Entonces
le ocurrió la idea de coger la cola de un animal muerto para
colocársela él mismo; sólo que como había visto que los animales
vivos se guardaban de los muertos y huían de ellos, no se atrevía a
hacerlo; hasta que un día encontró por casualidad un águila muerta
y pudo realizar su deseo. Aprovechó la ocasión viendo que los
animales no se asustaban de ella, y se dirigió adonde estaba; cortó
las alas y la cola, enteras y cabales; le arrancó el plumaje;
quitóle el resto de la piel y la dividió en dos partes: una se la
colocó él mismo a la espalda, y la otra sobre el ombligo y las
partes pudendas; colgóse la cola sobre el trasero y las dos alas
sobre sus brazos. Hayy adquirió así un vestido con que cubrirse y
calentarse y con que imponer respeto [81] a todos los animales, hasta
el punto de que ninguno peleaba con él, ni le resistía, ni se le
acercaba ya más, excepto la gacela que lo había amamantado y
criado; ambos, jamás se separaron.
Muerte
de la gacela: Hayy trata de explicarse este fenómeno
La gacela
envejeció y enfermó. Hayy la llevaba adonde había buenos pastos,
le cogía frutos dulces y se los daba a comer. Pero la debilidad y la
extenuación no dejaron de seguir en aumento, hasta que al fin le
sobrevino la muerte; pararon todos sus movimientos y cesaron todos
sus actos. Cuando el niño la vio en aquel estado, se afligió
vehementísimamente y poco faltó para que muriese de dolor.
Llamábala con el grito con que ordinariamente se buscaban, alzando
la voz todo lo fuerte que podía; pero no veía en ella ningún
movimiento ni cambio alguno. Miraba sus orejas y sus ojos y no
observaba en ellos daño manifiesto; asimismo miraba sus restantes
miembros, y en ninguno de ellos encontraba lesiones. Deseaba
ardientemente descubrir el lugar donde radicase el mal, para
quitárselo, y que volviese al estado anterior; pero nada de esto se
le manifestaba, y él nada podía hacer.
Lo que a
Hayy había inspirado esta idea fue algo que observara en sí mismo
anteriormente: notó que si cerraba los ojos o los tapaba con un
objeto cualquiera, no veía nada hasta que se removía aquel
obstáculo; que si metía los dedos en los oídos y los apretaba,
nada oía mientras que no desaparecía tal impedimento; que si se
tapaba las narices con los dedos, no percibía ningún olor hasta que
las abría de nuevo. De esto dedujo que todas las facultades de
percepción y de acción tenían en la gacela obstáculos que les
impedían [ejercitarse], y que si él pudiera libertarla de ellos,
volverían a obrar.
Piensa
que la muerte de la gacela había sido originada por un daño en
algún miembro oculto del cuerpo
Como
hubiese examinado todos los miembros externos del animal sin
encontrar en ellos daño aparente, y a la vez hubiese visto que la
inacción era total y no limitada a un miembro determinado, pensó
que el daño que la había conducido a aquel estado radicaba en un
órgano oculto a sus ojos, situado en el interior del cuerpo; supuso
que aquel sería indispensable a los otros exteriores para sus
acciones respectivas; y que, cuando sufre una lesión, se generaliza
el daño y viene la paralización total. Suponía que si [83]
encontraba este órgano y quitaba de él [el obstáculo] que le había
sobrevenido, volvería la gacela a su primer estado, habría de
extenderse por todo el cuerpo el alivio y recuperaría sus funciones
como anteriormente las tenía.
Este órgano
debe radicar en el centro del cuerpo
Ya antes
había observado, en los cadáveres de los animales salvajes y otros,
que todos sus miembros eran macizos, y que sólo tenían concavidad
el cráneo, el pecho y el vientre. Entonces pensó que el órgano en
cuestión debía radicar en uno de estos tres lugares. Iba venciendo
en él poderosamente la idea de que acaso se hallaría en el medio de
esos tres lugares, puesto que él creía firmemente que todos los
otros órganos del cuerpo necesitaban de él, y, según esto, era
necesario que se hallase situado en el centro; a más de que si ponía
atención en sí mismo, sentía en su pecho algo semejante a lo que
sospechaba. Y como quiera que, suspendiendo la acción de sus
miembros, como la mano, el pie, el oído, la nariz y el ojo, podía
privarse de ellos, juzgó que no le eran indispensables; pero cuando
reflexionaba sobre este algo que tenía en su pecho, veía que no
podía prescindir de él, ni durante un abrir y cerrar [84] de ojos.
Asimismo, en sus luchas con los animales, lo que más procuraba
librar de sus cuernos era el pecho, por la presunción de lo que
dentro de él hubiera.
Una vez que
tuvo el convencimiento de que el miembro en el que había acaecido el
daño a la gacela no podía estar más que en su pecho, se resolvió
a observarlo y a examinarlo, pues quizá encontrase allí el
obstáculo, y, en este caso, lo quitaría del animal. Pero temió que
lo que iba a hacer fuese peor que el mal existente y ocasionase a la
gacela un perjuicio [irreparable]. Luego, reflexionó si acaso había
visto algún animal salvaje o semejante que, habiendo venido a parar
a este estado [a la muerte], volviera de nuevo a su primera
condición, y no encontró ninguno. Desesperó, por tanto, de que la
gacela volviese a ser como era, si él la abandonaba, y, en cambio,
le quedaba alguna esperanza de que pudiese revivir, si encontraba el
órgano indicado y quitaba de allí el mal. Se decidió, pues, a
abrirle el pecho y a buscar lo que en él hubiese.
Hayy
hace la disección de la gacela y halla el corazón
Cogió
trozos de piedras duras y astillas de caña seca, semejantes a
cuchillos, y con ellas hizo una incisión por las costillas, hasta
cortar la carne que hay entre ellas, llegando a la envoltura interior
de las costillas [la pleura]. Al verla resistente, se fortificó su
creencia de que semejante envoltura no podía servir sino para un
órgano como [el que él deseaba hallar]. Esperaba que, de pasar
adelante, encontraría lo que iba buscando, y quiso cortarla; pero
esto le era difícil por la falta de instrumentos, puesto que no
tenía más que piedras y cañas. Las repasó, las aguzó y se
esforzó por hendir la envoltura, hasta que logró cortarla y se
encontró con el pulmón. Al principio creyó haber hallado lo que
iba buscando, y no cesaba de examinarlo y de investigar el sitio en
el que pudiese estar el mal, pero de primera intención sólo
encontró la mitad del pulmón, que está en un lado del pecho, y
cuando la vio inclinada hacia un costado (como él entendía que el
órgano [que buscaba] no podía estar más que en el centro, así a
lo ancho como a lo largo del cuerpo), no dejó de sondear en el
centro del pecho, hasta que dio con el corazón. Violo revestido de
una envoltura extremadamente fuerte, sujeto por ligamentos muy
sólidos, rodeado por el pulmón en el sitio en que empezó a cortar.
«Si este órgano – decía Hayy entre sí– tiene por el otro lado
una parte igual a la de éste, sin duda ninguna está en el centro y
no hay dificultad en que sea el que yo busco, sobre todo considerando
la excelencia de su posición, la elegancia de su forma, su gran
cohesión, la dureza de su carne y la envoltura que lo protege,
distinta de la que tienen los restantes órganos que conozco».
Examinó por el otro lado del pecho y encontró la envoltura interior
de las costillas y un pulmón igual que el primero. Juzgó, pues, que
este órgano, el corazón, era el que buscaba. Quiso rasgar la
envoltura del corazón y abrir sus membranas. Lo consiguió, no sin
trabajo y esfuerzo, después de haber puesto en el intento su mayor
diligencia.
Después
de un minucioso análisis del corazón, Hayy se convence de que el
ser que había en sus compartimentos se ha marchado
Puso al
descubierto el corazón y lo halló macizo por todos sus lados. Miró
para ver si encontraba en él algún daño aparente, y nada vio. Lo
apretó con la mano y notó que estaba hueco. «Tal vez lo que busco
–pensó– sólo se halla dentro de este órgano, y hasta ahora no
he dado con ello». Abrió, pues, el corazón y encontró en él dos
cavidades: una al lado derecho, otra al izquierdo. La del derecho
estaba llena de sangre coagulada; la otra, vacía completamente. «Es
preciso –reflexionó– que lo que yo busco se encuentre en uno de
estos dos compartimentos. En el de la derecha no veo más que sangre
cuajada; no hay duda de que la coagulación no se ha verificado hasta
que todo el cuerpo ha venido a parar al estado [88] [actual]»
(porque Hayy había observado que la sangre, cuando fluye y sale del
cuerpo, se coagula y espesa). «Esta sangre debe de ser como todas
las demás; noto que se halla en todos los órganos, y no
exclusivamente en uno. Ahora bien, lo que busco no es una cosa de
esta naturaleza; la que anhelo encontrar es algo que tenga a este
miembro como lugar propio suyo y sin la cual no puedo subsistir ni
siquiera un instante, y tras la que voy desde el principio. Por lo
que toca a la sangre, ¡cuántas veces me han herido los animales en
la lucha y he derramado gran cantidad, sin sentir daño alguno, ni
perder nada de mis facultades! En este comportamiento, pues, no está
lo que yo busco. En cuanto al de la izquierda lo veo absolutamente
vacío; pero no puedo creer que sea inútil. Yo he visto que cada
órgano tiene su función propia. ¿Cómo ha de ser inútil ese
compartimiento, cuya perfección he comprobado? No puedo menos de
creer que lo que busco estaba en él, pero que se ha marchado y lo ha
dejado vacío; y a consecuencia de esto ha sobrevenido al cuerpo la
paralización actual, ha perdido las percepciones y se ha visto
privado de los movimientos». Y cuando vio que el ser, habitante de
aquel compartimiento, se había marchado antes de su disgregación,
abandonándolo, intacto aún, juzgó más natural pensar que no había
de volver después del daño y destrucción que se le había
ocasionado.
Siente
desprecio por el cuerpo y admiración por el ser que lo gobernaba
Entonces el
cuerpo entero le pareció vil y sin valor, en relación con aquel
ser, de cuya residencia allí durante algún tiempo estaba firmemente
convencido, y se apartó del cadáver en seguida. Concentró, pues,
toda su reflexión sobre aquel algo, [intentando averiguar] qué y
cómo era, qué nexo tenía con el cuerpo, adónde se había ido, por
qué puertas salió al abandonarlo, qué causa lo expulsó, y si su
salida fue obligada, o qué motivo le hizo odioso el cuerpo, hasta el
extremo de abandonarlo, si esto sucedió por propia voluntad.
Reflexionó mucho sobre estas cuestiones; perdió de vista el cuerpo
y dejó de pensar en él. Comprendió que su madre, que tan buena fue
siempre con él y lo había amamantado, era sólo el algo que había
desaparecido y del cual emanaban todos sus actos, y no aquel cuerpo
inerte, que realmente sólo era como un instrumento, a semejanza de
las estacas que el cogía para pelear con los animales. Apartó desde
entonces todo su afecto del cuerpo, para ponerlo en el dueño y motor
de él, y sólo para éste tuvo cariño.
A
imitación de un cuervo, Hayy entierra a la gacela que lo había
criado
Comenzó
entonces el cadáver a corromperse y a exhalar olores pestilentes; lo
cual acrecentó la aversión que le había tomado y tuvo deseos de no
verlo más. Observó entre tanto a dos cuervos que luchaban y cómo
uno de ellos abatía muerto al otro. Después el superviviente se
puso a escarbar el suelo hasta que hizo un hoyo, en el cual enterró
al cadáver. «¡Qué bien está –dijo entre sí el niño– lo que
hace este cuervo enterrando el cadáver de su compañero, [91] aunque
realmente haya obrado mal en matarlo! ¡Con cuánta más razón debo
yo realizar este acto con mi madre!». Y cavó una fosa, poniendo en
ella los restos de la gacela y cubriéndolos después con tierra.
Hayy
toma cariño a las gacelas; no halla en la isla ningún individuo de
su propia especie, y cree que todo el mundo se reduce a aquella isla
Siguió
meditando acerca de aquel algo que gobierna el cuerpo, sin comprender
lo que era. Pero como había observado a todas las gacelas
individualmente, viendo que eran de la misma forma y figura que su
madre, dominaba en él la idea de que cada una de ellas era movida y
dirigida por algo semejante a lo que había movido y dirigido a su
madre; y de frecuentar el trato de las gacelas, les tomó cariño a
causa de tal semejanza.
Así
continuó durante un largo espacio de tiempo, examinando
cuidadosamente todas las especies de animales y de plantas. Recorrió
las playas de la isla, para buscar si existía algún semejante suyo,
según había visto que los tenían todos los individuos, animales o
vegetales, y no encontró ninguno. Y habiendo observado que el mar
rodeaba la isla por todas partes, creyó que no existía más tierra
que aquélla.
Conoce
Hayy el fuego y lo mantiene vivo en su cueva; aprende a comer carne
asada y se ejercita en la caza y en la pesca
Ocurrió
cierto día que, al frotar por acaso unas cañas secas, prendióse
fuego en el montón. Cuando se dio cuenta, quedó aterrado ante el
espectáculo, y observó que era de una naturaleza desconocida para
él. Detúvose lleno de admiración, aunque sin dejar de acercarse a
él lentamente. Vio el resplandor de su llama, su irresistible
acción, hasta el punto de que todo lo que se le acercaba era atraído
y convertido prestamente a su propia naturaleza. La admiración que
sentía por el fuego, acuciada por el natural ingenio y audacia con
que Dios le dotara, lleváronle a extender las manos hacia la llama
para cogerla; pero cuando la tocó, quemóse los dedos sin lograr
sujetarla. Entonces pensó agarrar un tizón que el fuego no hubiese
consumido por completo; lo tomó por el extremo intacto, mientras que
el otro estaba ardiendo, y llevóle al lugar que le servía de
abrigo, una cueva profunda, escogida para habitación tiempos atrás.
No cesó desde entonces de alimentar la hoguera con hierbas secas y
trozas de ramas, permaneciendo a su lado día y noche, alegre y
admirado de verla. Aumentaba durante la noche el agrado de su
compañía, puesto que reemplazaba al sol en la luz y en el calor; y
en [93] la oscuridad nocturna, agrandándose, lo iluminaba; llegó a
creer que era la cosa más excelente que había a su alrededor. Al
notar que siempre se movía verticalmente, tendiendo hacia arriba,
robustecíase su creencia de que el fuego era una de las sustancias
celestiales, que vagamente percibía. Experimentaba la fuerza de
acción del fuego respecto de las demás cosas: si las arrojaba en
él, veíalo adueñarse de todo, rápida o lentamente, según que el
cuerpo echado a su seno fuera más o menos combustible.
Para
experimentar la energía del fuego, le echó, entre otras cosas,
varias especies de animales marinos, que las olas habían arrojado a
la playa. Cuando se hubieron asado y Hayy aspiró su olor, excitósele
el apetito. Comiólos y le gustaron, con lo cual fue acostumbrando su
paladar a la carne. Desde entonces se ingenió para la pesca y la
caza, llegando a ser habilísimo en ambas. Y aumentó cada vez más
el afecto que tenía al fuego, ya que mediante su acción había
encontrado alimentos buenos que antes desconocía.
Sospecha
que el ser desaparecido del corazón de la gacela fuera de la misma
naturaleza del fuego
Habiendo
crecido su pasión hacia este elemento, por la excelencia de sus
efectos y por la grandeza de su poder, que Hayy observara, llegó a
pensar si lo [94] que había desaparecido del corazón de la gacela,
su nodriza, sería una sustancia de la misma naturaleza o del propio
género. Le confirmó en esta idea lo que había visto en los
animales: o sea, que tienen calor en vida y frío después de
muertos; y esto siempre, sin excepción alguna; y también lo que en
sí mismo había notado: a saber, la fuerza del calor en su pecho, en
el lugar correspondiente a aquel por el cual él abriera a la gacela.
Imaginó que si cogía a un animal vivo, le abría el corazón y
observaba el compartimento que hallara vacío cuando abrió el de su
nodriza, acaso lo encontrase lleno de aquel algo que en él reside, y
podría comprobar si efectivamente era de la misma sustancia del
fuego y si tenía o no luz y calor.
Después
de hacer la disección de animales vivos, se convence de la
existencia del alma animal, que gobierna al cuerpo
Cogió un
animal, atóle por las paletillas y lo abrió, de la misma forma que
había hecho con la gacela, hasta llegar al corazón. Buscó
primeramente el lado izquierdo y, al abrirlo, encontró ese
compartimiento lleno de un aire vaporoso, semejante a una niebla
blanquecina. Metió en él su dedo, notando tal calor, que [95]
estuvo a punto de quemarse; el animal murió en seguida. Entonces se
convenció [de varias cosas]: de que este vapor caliente era el que
movía a aquel animal; de que los demás tenían otro semejante, y de
que cuando se retiraba de ellos, perecían.
Sintió,
pues, el deseo de examinar los restantes miembros del animal, su
organización, sitios, número y modo de estar unidos entre sí; cómo
este vapor caliente se extiende por ellos hasta darles la vida; cómo
se conserva mientras el cuerpo subsiste; por dónde se expande; por
qué no se pierde su calor. Siguió [estudiando] todas estas cosas
por la disección de los animales vivos y muertos, y no dejó de
observarlas atentamente y de reflexionar sobre ellas, hasta llegar a
saber de estos asuntos tanto como los grandes físicos. Adquirió la
certeza de que todo animal, individualmente, a pesar de la
multiplicidad de sus miembros y de la variedad de su sensaciones y
movimientos, es uno por causa de esta alma, que desde un centro fijo
se reparte por todos los miembros, que no son, respecto de ella, otra
cosa sino sus servidores o instrumentos; y que el papel de ella en la
gobernación del cuerpo venía a ser igual que el del propio Hayy, al
manejar los instrumentos, que le servían, unos, para luchar con los
animales, otros para cazarlos, para descuartizarlos alguno. Los
primeros se dividían [en dos clases]: aquellos con que se evitan las
heridas del contrario, y aquellos con que se les hiere [defensivos y
ofensivos]. También los de caza se dividían [en dos grupos]: según
fuesen para los animales acuáticos (marinos) o para los terrestres.
Los instrumentos cortantes tenían tres aplicaciones: unos para
rajar, otros para descuartizar, y perforadores otros. Pero el cuerpo
era uno solo y manejaba estos útiles de diversas maneras, según
convenía a cada uno de ellos y según los fines perseguidos. Del
mismo modo, esta alma animal es una, y si obra con el instrumento
ojo, su acción será la vista; sin con el oído, la audición; si
con la nariz, el olfato; si con la lengua, el gusto; si actúa por
medio de la piel y de la carne, ejercitará el tacto; si por medio de
los miembros, su acción será el movimiento, y, finalmente, si lo
hace por medio del hígado, dará lugar a la nutrición y la
digestión. Cada una de estas funciones tiene, pues, un miembro
propio que la ejecuta; pero ninguna de ellas se perfecciona, sino
mediante la parte que del alma les llega, por los conductos llamados
nervios. Cuando estos conductos se cortan u obstruyen, paralízase la
acción del miembro [correspondiente]. Los nervios reciben el alma
exclusivamente de las cavidades del cerebro, el cual, a su vez, la
adquiere del corazón. En el cerebro hay muchas almas, porque es un
lugar dividido en múltiples compartimientos. Cualquier miembro,
privado del alma, sea por la causa que fuere, deja de funcionar, y
queda [97] como un instrumento abandonado, al que nadie gobierna, y
con el cual no se obtiene utilidad alguna. Si el alma sale por
completo del cuerpo, o se aniquila, o se disuelve por alguna razón,
entonces todo el cuerpo se paraliza y le sobreviene la muerte.
Al
llegar al tercer septenario de su vida, Hayy se había hecho
vestidos, armas y choza y había domesticado ciertos animales
Al llegar
al tercer septenario de su vida, Hayy se había hecho vestidos, armas
y choza y había domesticado ciertos animales
Llegó al
término de tales consideraciones en el momento de alcanzar el tercer
septenario de su vida, o sea a los veintiún años de edad. En este
intervalo desarrollóse mucho su ingenio. Se vestía y calzaba con
las pieles de los animales por él cazados; hacía hilos con pelos, y
con corteza de malvavisco, malva, cáñamo o cualquier otra planta
filamentosa; alcanzó este resultado, después de haber utilizado el
esparto; preparaba leznas con espinas fuertes y cañas afiladas con
piedras. Había llegado hasta la construcción, según lo que veía
hacer a las golondrinas; fabricóse una choza y asimismo alacena para
las provisiones sobrantes, defendiéndola con una puerta, hecha de
cañas unidas, para que ningún animal entrase en ella mientras él
anduviese fuera, ocupado por otros quehaceres. Había domesticado
aves de rapiña, para emplearlas en la caza, [98] y cogido gallinas,
para aprovechar sus huevos y sus pollos. Utilizaba los cuernos de los
bueyes salvajes como puntas de lanza, atándolas a cañas fuertes, en
ramas de encina o de otros árboles, y, ayudándose en esta operación
con el fuego y con hachas de piedra, llegó a fabricar rudimentarios
lanzones. Se había arreglado un escudo con pieles superpuestas.
Llegó a hacer todo esto, cuando observó que carecía de armas
naturales y comprobó que su mano le podía procurar todas las que le
faltasen.
No le hacía
frente ningún animal, de cualquier especie que fuere, sino que, por
el contrario, lo evitaban y huían de él. Pensó en medio para
[cogerlos] y no halló treta más afortunada que amaestrar a algunos,
rápidos en la carrera, y atraérselos, dándoles una comida que les
conviniese, hasta que le permitieran montarlos y dar así caza a los
animales de otras especies. Había en esta isla caballos silvestres y
asnos salvajes. Cogió algunos y los domó, hasta conseguir su
propósito. Con correas y pieles, hízoles una especie de bocados y
sillas, pudiendo de esta forma, según esperaba, dar caza a aquellos
animales, para cuya captura no hallaba [antes] medio.
Solamente
se había ocupado en estos asuntos, durante el tiempo en que se
dedicó a la disección de los animales y en que tuvo pasión por
conocer las particularidades y diferencias de sus órganos, o sea,
según dijimos, hasta los veintiún años.
Hayy
observa las coincidencias y diferencias en las distintas clases de
seres del mundo
Interesóse
luego por otros temas; examinó todos los cuerpos que existen en el
mundo de la generación y de la corrupción: los animales en sus
distintas especies, las plantas, los minerales y clases de piedras,
la tierra, el agua, el vapor, el hielo, la nieve, el frío, el humo,
la llama, la brasa. Vio que tenían propiedades numerosas, acciones
distintas y movimientos concordantes y divergentes. Reflexionó con
atención sobre todo ello durante algún tiempo, y observó que en
unas cualidades coinciden y en otras difieren, y que consideradas en
cuanto que coinciden, no son más que una cosa, y en cuanto que
difieren, diversas y múltiples. Estudiaba las particularidades de
los seres, aquello que diferencia a unos de otros, y los veía
múltiples, innumerables y extendiendo su existencia hasta lo
infinito. Incluso su misma esencia le parecía múltiple, al ver Hayy
la diversidad de sus miembros, cómo cada uno de ellos se distinguía
por un acto o por una cualidad especial, y cómo admitía una
división en muchísimas partes. Por lo cual juzgaba que su esencia
era múltiple, y que también lo era la esencia de todo ser. Luego,
volviendo a otro aspecto por diferente camino, veía que sus
miembros, aunque múltiples, estaban todos juntos entre sí, sin
ninguna separación y bajo una sola ley [directiva]; que no se
distinguían más que por las diferencias de sus actos, y que éstas
sólo tenían su origen en la [distinta] fuerza que cada uno de los
[miembros] recibía del alma animal, a cuya comprensión había
llegado al principio; esta alma, una en su esencia, era además la
realidad de la esencia, y todos los órganos venían a ser como
instrumentos [suyos]. Su propia esencia pareció entonces a Hayy una,
en virtud de este método.
Llega a
la conclusión de que el cosmos o reunión de los cuerpos celestes es
esférico
Cuando,
gracias a su despierta inteligencia, que le había hecho fijarse en
un argumento como éste, tuvo la certeza de que el cuerpo celeste es
finito, quiso saber qué figura tiene, y cómo lo limitan las
superficies que lo terminan. Consideró primero el sol, la luna y las
demás estrellas, observando que todas salen por oriente y se ponen
por occidente. De entre ellas, las que pasaban por su cenit,
describían un círculo grande; las que, apartándose de él, se
inclinaban hacia al Norte o hacia al Sur formaban otros, menores que
aquéllos. Todas las más alejadas del cenit, hacia cualquiera de las
dos partes, tenían sus círculos menores que las más próximas; de
modo que los círculos más pequeños en que se mueven los astros,
son dos: uno alrededor del polo Sur, o sea, la órbita del Suhayl, y
el otro alrededor del polo Norte, es [122] decir, la órbita de
al-Farqadan. Como [nuestro solitario] habitaba en la línea del
Ecuador, según dijimos al principio, todos estos círculos eran
perpendiculares al plano de su horizonte y estaban dispuestos
simétricamente por el Sur y por el Norte; Hayy veía los dos polos a
la vez. Fijábase en que cuando una estrella se levanta en un círculo
grande y otra en uno pequeño, si las salidas son simultáneas,
también lo son las puestas. Como esto sucedía en todas las
estrellas y en todos los tiempos, se convenció de que el cielo tiene
figura esférica. Confirmóle tal creencia el observar que el sol, la
luna y las estrellas salen por oriente, después de haberse ocultado
por occidente, y que aparecían a su vista con un mismo tamaño a la
salida, a mediado de su carrera y al ocaso. Si su movimiento no fuera
circular, sería posible que en algún tiempo las viera más
próximas; y siendo así, sus dimensiones y sus volúmenes le
aparecerían distintos, y las vería mayores cuando estuvieran
cercanas, y menores a medida que se alejasen: pero como no sucedía
así, afirmábase en la idea de la esfericidad.
Siguió
observando el movimiento de la luna, [124] tomado de occidente a
oriente, y también el de los planetas, hasta llegar a conocer una
gran parte de la ciencia del cielo. Vio claro que sus movimientos se
desarrollan en muchas esferas, contenidas todas en una sola, que es
la más alta y la que mueve todo, de oriente a occidente, en el
período del día y de la noche. Exponer sus progresos en esta
ciencia sería largo y es asunto divulgado en los libros; para
nuestro propósito basta con lo que hemos expuesto.
Semejanzas
del mundo celeste con el mundo sublunar
Cuando
llegó a este grado de conocimientos, diose cuenta de que la esfera
celeste y lo que gira a su alrededor, es a manera de un todo, cuyas
partes están unidas entre sí; de que los cuerpos, acerca de los
cuales había reflexionado antes, como la tierra, el agua, el aire,
las plantas, los animales, &c., están contenidos y permanecen en
ella; de que en su totalidad la esfera misma es algo semejante a un
individuo de la especie animal: sus estrellas brillantes hacen las
veces de los sentidos; las diversas esferas unidas entre sí, son
como los miembros; y todo lo que, dentro de ella, pertenece al mundo
de la generación y de la corrupción, desempeña el papel que en el
interior de los [125] animales realizan los diferentes residuos y
humores, en los cuales muchas veces se forman otros seres, como
sucede en el macrocosmos.
Historia
de Asal y Salaman
Cuentan que
en una isla cercana a aquella en donde nació Hayy ibn Yaqzan, según
una de las dos versiones relativas a su origen, habíase introducido
una de las religiones verdaderas, derivadas de uno de los antiguos
profetas (¡las bendiciones de Dios sean sobre ellos!). Era una
religión que expresaba todos los seres reales por medio de alegorías
que daban las imágenes de estas [180] cosas reales y que fijaban así
en las almas humanas sus significaciones, como es costumbre en el
lenguaje destinado al vulgo. No cesó esta religión de extenderse
por aquella isla, de fortalecerse y de manifestarse, hasta que su rey
la abrazó e impulsó a la gente a que la adoptara.
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